
1
Es lindo estar embarazada. Mi vientre aún es pequeño pero ya puedo sentir sus pataditas, o será que estoy muy emocionada que siento cualquier cosa. En cuanto apareció el camión por la carretera, lo sentí: el pequeño golpecito, la cosquilla dentro de mí que me hace dirigir la mano inmediatamente ahí, ahí donde todo pasa. Se lo dije a él, pero no me hizo mucho caso, estaba ocupado en detener el camión. No quiere aparentar su nerviosismo para que yo siga tranquila, para que no me preocupe y confíe en que las cosas saldrán bien. Yo sé que todo va a salir bien, pero también sé que en el fondo él está muy nervioso. Ir a una tierra nueva, en busca de una mejor vida para los tres, abandonar nuestro pequeño pueblito, que es lo único que hemos conocido hasta ahora, para dirigirnos a algo completamente diferente; un cambio tan brusco como ese pone nervioso a cualquiera, por eso lo comprendo y dejo que él crea que me engaña con su aparente sosiego. Le sonrío al subir a los asientos traseros de la cabina del camión, saludo cortésmente al chofer y al tipo sentado detrás de él. Mi amor sube de último, cierra la puerta, me abraza y me mira con ojos de hombre.
El tipo sentado detrás del chofer, a mi lado izquierdo, tiene una de esas maquinitas de computación que se pueden llevar. No deja de mirar a la pantalla, que tiene inscripciones raras con mapas, números, flechas, puntos rojos. Miro a mi amor; él lleva su dedo a la boca, me hace callar sin que yo haya dicho nada. Tiene razón, está bien, lo único que necesitamos de estas personas es que nos lleven a la ciudad, o que por lo menos nos dejen cerca, allí tendremos una vida nueva. Lo que ellos hagan o dejen de hacer no es de nuestra incumbencia, no debemos ser chismosos.
Mi amor quiso sentarse conmigo y no en el asiento vacío junto al chofer. Eso me gusta tanto de él, que viaje a mi lado, que esté siempre pendiente de mí. Mira el horizonte y sus ojos brillan, el día está un poco nublado pero sus
ojos derraman una luz tan poderosa y afilada como el sol. Viéndolo así, me quedo dormida en sus dulces hombros, en sus fuertes brazos.
2
¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Anochece o amanece? Es ese extraño momento del día cuando despiertas en una hora incierta, sin luz, sin saber si se acaba de partir o se está a punto de llegar. El rumor de una vieja canción revolotea entre mis sienes, como un ‘lorito de las montañas’; creo que la han estado tarareando a mi lado. Todo sigue igual, el camión aún sigue en marcha. Miro a mi amor y, justo antes de detenernos, me da un beso y me deja sin hablar. Una patadita suave siento, creo que el presentimiento de nuestro hijo me hizo despertar de pronto.
Mi amor sale rápido del camión, que se ha detenido no sé por qué; estamos en una curva de la última montaña, a poco de llegar a la ciudad. Desde aquí se la puede ver, allá abajo, algunas de sus luces ya encendidas. La ciudad es tan grandota, con sus edificios, sus fábricas, sus torres inmensas que se ven chiquitas desde aquí, como un juego de bloques de madera sobre una mesa. Mi amor la observa también, es increíble cómo su silueta me parece mucho más grande que todas esas construcciones. De pie, firme en la tierra, se pone las manos en la cintura y voltea para decirle algo al chofer con el movimiento de su quijada hacia arriba. El chofer se vuelve al tipo de la maquinita, que no dejaba de machucar los botones, y le dice, simplemente: «Ya». El chico deja su asiento y se va hacia atrás. ¿Se podía ir a la parte de atrás? ¿Por qué no lo noté? El chico ingresa por una puertecita detrás de los asientos, que había estado cubierta con cortinas negras. El camión está repleto de maquinitas, cada una sobre su respectiva mesa rodeada de un montón de cables gruesos, con las pantallas prendidas que palpitan, parpadean, llenas de inscripciones raras que parecen mapas con flechas y puntos rojos. El chico revisa cada pantalla, una por una, rápidamente, y levanta el pulgar como señal hacia el chofer, como diciendo también: «Ya». El chofer asiente, le da un «sí» con un movimiento de cabeza a mi hombre, que saca del bolsillo de su casaca algo que no alcanzo a ver y se dispone a caminar a la ciudad. Me quiero bajar, pero los otros me detienen. Le quiero gritar, pero él voltea, me mira y me hace esa cosa con el dedo y la boca. Ahora entiendo, no es para que me calle, es para que no le diga nada a nadie.
De Fábula de los cuerpos calientes (Dendro, 2019)